jueves, 19 de febrero de 2009

Cartas al rector de la UNAM

Carta al rector de la UNAM *
Sara Sefchovich
11 de enero de 2009
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Vivimos en tiempos en que se reconocen, aceptan y respetan la pluralidad y la diversidad. Las mejores voces de la UNAM, incluida la suya, se han expresado también en este sentido.
Y sin embargo, necesitamos hacer que esto sea real y no solamente discurso.
Porque en la Universidad hoy no es cierto que se pueda ser diverso, no es cierto que se pueda actuar de un modo diferente al que deciden las autoridades, no es cierto que se pueda decir lo que se piensa, no es cierto que se respeten las formas múltiples que hay de trabajar, investigar, enseñar, participar institucionalmente. La Universidad tiene demasiadas autoridades a quienes horroriza la diferencia y que están convencidas de que todos debemos caber en clasificaciones, estadísticas y modos de funcionar que a ellas les parecen correctas.
El ejemplo más patente sucede en el campo de la investigación en ciencias sociales y humanas. Si bien es cierto que todavía se reconoce y acepta la diversidad de temas, enfoques y perspectivas teóricas y metodológicas, no se reconoce y mucho menos se acepta la diversidad de formas de llevarla a cabo y de presentar sus resultados.
Hoy se desvaloriza a un académico que quiere trabajar individualmente y que no pertenece a redes y grupos; que no consigue fondos de fuera; que no publica en cierto tipo de revistas y editoriales considerados de “excelencia”, entendida ésta con criterios que son los de las ciencias duras; que no se divide en mil pedazos para ir y venir de una comisión a un comité, de una conferencia a un congreso, del salón de clases a otra reunión; que no hace docencia a la manera tradicional o dirige varias tesis.
Y la manera de mostrarle esto es castigándolo en las promociones, apoyos y estímulos, que se consiguen a través de un complicado proceso de evaluación que, aunque pretende ser transparente y neutral, en realidad sólo está construido para eliminar la diversidad disfrazado de (y cómodamente escondido como) decisión de pares.
Con el pretexto de la planificación y de conseguir recursos, las autoridades universitarias caminan cada vez más por la senda de la homogeneización y unificación, y (ayudados por el Conacyt) han construido las herramientas para castigar a quienes no se cuadren.
Si viviera José Gaos, no habría escrito la reseña que terminó siendo una lección de filosofía, porque en los esquemas de hoy no da puntos leer y hacer una nota. Carlos Monsiváis no tendría PRIDE porque no hace citas ni da clases en una facultad. Octavio Paz no habría podido hablar de literatura y de pintura porque el director de su instituto le exigiría definirse y no habrían tenido lugar las polémicas de nuestra literatura, historiografía y arte porque nadie quiere enfrentarse con alguien que pueda formar parte de una comisión evaluadora.
Señor rector: es necesario detener este proceso. No es posible que en aras de informes de logros, de cuantitativismos a la moda y de criterios supuestamente científicos que no son sino malas copias de las universidades estadounidenses y de los valores de esa cultura, se haga todo porque desaparezcan la creatividad, la originalidad y la diversidad, el debate y la disidencia. Hace poco Magali Tercero escribió que un profesor universitario no quiso darle una entrevista para criticar al MUAC por temor a sufrir las consecuencias.
Es necesario hacer explícito que en la universidad tiene cabida y será valorado el trabajo que realizan los académicos, con libertad y diversidad en la manera de concebirlo y llevarlo a cabo; que somos una comunidad que estimula el pensamiento y no la eficiencia; que hay confianza en los académicos y no que se les tenga permanentemente sometidos a presiones, informes, evaluaciones y castigos; que no existen los criterios únicos ni “no hay más rutas que la nuestra” y que la crítica no sólo cabe sino que se considera necesaria e imprescindible. Pero luego hay que convertir ese discurso en realidad.
Porque ese es el espíritu con el que se fundó y ha funcionado nuestra universidad. Ella se merece que lo rescatemos ya que nos ha dado a los mejores pensadores y creadores del país.
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Segunda carta al rector
Sara Sefchovich
18 de enero de 2009
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Lo que escribí la semana pasada en este espacio no son ideas abstractas, sino realidades que día a día vivimos los universitarios. Algunos lo comentan en los pasillos, otros lo han hecho público en sus centros de trabajo o a través de los medios de comunicación.
Guillermo Sheridan relató su caso en una revista: se le degradó en el Pride por no dirigir tesis ni tener participación institucional. En tres artículos pone en evidencia una situación grave: la de que vivimos en un sistema en el cual con tal de conseguir puntos, a los académicos les resulta mejor ser complacientes tanto con los estudiantes como con las autoridades.
En correos electrónicos, colegas coinciden en que existen “prácticas de homogeneización que estamos viviendo en las universidades públicas”, “la pretensión de las autoridades de controlarlo todo”, “la promesa de la zanahoria del Programa de Estímulos al Desempeño con base en puntitis”, “la propensión a llenar informes y medir la productividad”, “que los académicos estén más interesados en las constancias que en enseñarle a los chamacos”, “muchos ISOS y certificaciones pero pocas nueces”, “eficientismo simulador”, “se limitan y traban el desarrollo de la libre práctica científica y la pluralidad teórica y metodológica de muchos investigadores”.
Sabemos bien que la universidad no está sola en este camino. Allí está el Conacyt, que sustituyó el modelo europeo con el que funcionábamos en México por el estadounidense en el que importan la eficiencia, la utilidad y la ganancia y que no le asigna ningún valor al pensamiento y a aquello que no parece servir de manera inmediata.
Todos los instrumentos que se han creado dentro y fuera de la UNAM apuntan a lo mismo: asignar puntos a quienes cumplen con ciertos criterios, hacer listas de programas de posgrado y de revistas que sí valen, formar grupos de “pares” para calificar, los que, aunque pretenden ser transparentes y neutrales, están construidos para eliminar la diversidad, porque quienes participan en ellos son solamente los que aceptan estos criterios y porque no están libres de las pasiones humanas como el amiguismo, la envidia, la ignorancia y el recelo frente a otros modos de pensar.
Así lo denunció en una revista Carlos Aguirre Rojas, a quien degradaron en el SNI porque según la comisión calificadora, “no había publicado en revistas de calidad internacional y arbitraje estricto ni en editoriales de prestigio académico”, siendo que en cinco años había publicado 44 artículos y 38 libros en 12 países y siete idiomas. Y así lo han denunciado otros que, después de décadas de entregar sus mejores esfuerzos a la institución, tienen que seguir mendigando por una promoción, un nivel un poco más alto en algún sistema de evaluación, un espacio para dar un curso. No sólo su salario depende de eso, sino que viven con la amenaza constante del rechazo a su trabajo.
Todo esto ha generado una grave situación que se pone de manifiesto en muchos aspectos: desde lo que una lectora llama “el fin de los más elementales principios de solidaridad”, hasta el daño a la ciencia, pues hoy es preferible irse por caminos seguros para no poner en riesgo la propia evaluación, nadie quiere arriesgarse ni al error ni al enojo de los “pares”, hay que caminar de prisa para acumular puntos y hacer solamente aquello que sí cuenta, lo que resulta en que los académicos no leen, porque eso significaría usar demasiado tiempo que no reditúa, y mejor hacen otro artículo con los mismos datos y con las mismas bases teóricas y metodologías que ya conocen, porque reciclarse, replantearse, abrirse a nuevos campos no conviene.
Y está también el fin de la crítica, por aquello de que quién se va a poner a hacerla cuando el aludido puede estar en una comisión evaluadora.
La Rectoría puede poner fin a este ambiente que prevalece hoy en la universidad y la UNAM puede y debe dar esta pelea para afuera. Le corresponde hacerlo pues es la institución más importante del país en investigación, docencia y difusión. De no hacerlo, la estaremos minando desde dentro, al debilitar la creatividad, la diversidad, la crítica y la confianza en quienes formamos parte de ella.
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sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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Sendas cartas fueron publicadas en el periódico nacional EL UNIVERSAL en la sección opinión que puede ser consultada en su versión electrónica en la siguiente dirección:
http://www.prensaescrita.com/diarios.php?codigo=MEX&pagina=http://www.eluniversal.com.mx

miércoles, 18 de febrero de 2009

Carta a Slim por Denise Dresser

Carta abierta a Carlos Slim
DENISE DRESSER
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Estimado Ingeniero: Le escribo este texto como ciudadana. Como consumidora.Como mexicana preocupada por el destino de mi país y por el papel que ustedjuega en su presente y en su futuro. He leído con detenimiento las palabrasque pronunció en el Foro Qué Hacer Para Crecer y he reflexionado sobre susimplicaciones. Su postura en torno a diversos temas me recordó aquellafamosa frase atribuida al presidente de la compañía automotriz GeneralMotors, quien dijo: “Lo que es bueno para General Motors es bueno paraEstados Unidos”. Y creo que usted piensa algo similar: Lo que es bueno paraCarlos Slim, para Telmex, para Telcel, para el Grupo Carso, es bueno paraMéxico. Pero no es así. Usted se percibe como solución cuando se ha vueltoparte del problema; usted se percibe como estadista con la capacidad dediagnosticar los males del país cuando ha contribuido a producirlos; ustedse ve como salvador indispensable cuando se ha convertido en bloqueadorcriticable. De allí las contradicciones, las lagunas y las distorsiones queplagaron su discurso, y menciono las más notables:
–Usted dice que es necesario pasar de una sociedad urbana e industrial a unasociedad terciaria, de servicios, tecnológica, de conocimiento. Es cierto. Pero en México ese tránsito se vuelve difícil en la medida en que los costosde las telecomunicaciones son tan altos, la telefonía es tan cara y lapenetración de internet de banda ancha es tan baja. Eso es el resultado delpredominio que usted y sus empresas tienen en el mercado. En pocas palabras,en el discurso propone algo que en la práctica se dedica a obstaculizar.
–Usted subraya el imperativo de fomentar la productividad y la competencia, pero a lo largo de los años se ha amparado en los tribunales ante esfuerzosregulatorios que buscan precisamente eso. Aplaude la competencia, perosiempre y cuando no se promueva en su sector.
–Usted dice que no hay que preocuparse por el crecimiento del Producto Interno Bruto; que lo más importante es cuidar el empleo que personas comousted proveen. Pero es precisamente la falta de crecimiento económico lo queexplica la baja generación de empleos en México desde hace años. Y la falta de crecimiento está directamente vinculada con la persistencia de prácticasanticompetitivas que personas como usted justifican.
–Usted manda el mensaje de que la inversión extranjera debe ser vista con temor, con ambivalencia. Dice que “las empresas modernas son los viejosejércitos. Los ejércitos conquistaban territorios y cobraban tributos”. Diceque ojalá no entremos a una etapa de Sell Mexico a los inversionistasextranjeros, y cabildea para que no se permita la inversión extranjera entelefonía fija. Pero al mismo tiempo usted, como inversionista extranjero enEstados Unidos, acaba de invertir millones de dólares en The New York Times,en las tiendas Saks, en Citigroup. Desde su perspectiva incongruente, lainversión extranjera se vale y debe ser aplaudida cuando usted la encabezaen otro país, pero debe ser rechazada en México.
–Usted reitera que “necesitamos ser competitivos en esta sociedad del conocimiento y necesitamos competencia; estoy de acuerdo con lacompetencia”. Pero al mismo tiempo, en días recientes, ha manifestado suabierta oposición a un esfuerzo por fomentarla, descalificando, por ejemplo,el Plan de Interconexión que busca una cancha más pareja de juego.
–Usted dice que es indispensable impulsar a las pequeñas y medianasempresas, pero a la vez su empresa –Telmex– las somete a costos detelecomunicaciones que retrasan su crecimiento y expansión.
–Usted dice que la clase media se ha achicado, que “la gente no tieneingreso”, que debe haber una mejor distribución del ingreso. El diagnósticoes correcto, pero sorprende la falta de entendimiento sobre cómo usted mismocontribuye a esa situación. El presidente de la Comisión Federal deCompetencia lo explica con gran claridad: Los consumidores gastan 40% más delo que debieran por la falta de competencia en sectores como lastelecomunicaciones. Y el precio más alto lo pagan los pobres.
–Usted sugiere que las razones principales del rezago de México residen enel gobierno: la ineficiencia de la burocracia gubernamental, la corrupción,la infraestructura inadecuada, la falta de acceso al financiamiento, elcrimen, los monopolios públicos. Sin duda todo ello contribuye a la falta decompetitividad. Pero los monopolios privados como el suyo también lo hacen.
–Usted habla de la necesidad de “revisar un modelo económico impuesto comodogma ideológico” que ha producido crecimiento mediocre. Pero precisamenteese modelo –de insuficiencia regulatoria y colusión gubernamental– es el queha permitido a personas como usted acumular la fortuna que tiene hoy,valuada en 59 mil millones de dólares. Desde su punto de vista el modeloestá mal, pero no hay que cambiarlo en cuanto a su forma particular deacumular riqueza.
La revisión puntual de sus palabras y de su actuación durante más de unadécada revela entonces un serio problema: Hay una brecha entre la percepciónque usted tiene de sí mismo y el impacto nocivo de su actuación; hay unacontradicción entre lo que propone y su forma de proceder; padece una miopíaque lo lleva a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio.Usted se ve como un gran hombre con grandes ideas que merecen serescuchadas. Pero ese día ante los diputados, ante los senadores, ante laopinión pública, usted no habló de las grandes inversiones que iba a hacer,de los fantásticos proyectos de infraestructura que iba a promover, delempleo que iba a crear, del compromiso social ante la crisis que iba aasumir, de las características del nuevo modelo económico que apoyaría. Enlugar de ello nos amenazó. Nos dijo –palabras más, palabras menos– que lasituación económica se pondría peor y que ante ello nadie debía tocarlo,regularlo, cuestionarlo, obligarlo a competir. Y como al día siguiente elgobierno publicó el Plan de Interconexión telefónica que buscaría hacerlo, usted en respuesta anunció que Telmex recortaría sus planes de inversión. Se mostró de cuerpo entero como alguien dispuesto a hacerle daño a México si noconsigue lo que quiere, cuando quiere.
Tuvo la oportunidad de crecer y en lugar de ello se encogió. Sin duda ustedtiene derecho a promover sus intereses, pero el problema es que lo hace acosta del país. Tiene derecho a expresar sus ideas, pero dado sucomportamiento es difícil verlo como un actor altruista y desinteresado quesólo busca el desarrollo de México. Usted sin duda posee un talento singulary loable: sabe cuándo, cómo y dónde invertir. Pero también despliega otracaracterística menos atractiva: sabe cuándo, cómo y dónde presionar ychantajear a los legisladores, a los reguladores, a los medios, a losjueces, a los periodistas, a la intelligentsia de izquierda, a los que sedejan guiar por un nacionalismo mal entendido y aceptan la expoliación de unmexicano porque –por lo menos– no es extranjero.
Probablemente usted va a descalificar esta carta de mil maneras, comodescalifica las críticas de otros. Dirá que soy de las que envidian sufortuna, o tienen algún problema personal, o una resentida. Pero no es así. Escribo con la molestia compartida por millones de mexicanos cansados de lascuentas exorbitantes que pagan; cansados de los contratos leoninos quefirman; cansados de las rentas que transfieren; cansados de las empresasrapaces que padecen; cansados de los funcionarios que de vez en cuandocritican a los monopolios pero hacen poco para desmantelarlos. Escribo contristeza, con frustración, con la desilusión que produce presenciar laconducta de alguien que podría ser mejor. Que podría dedicarse a innovar envez de bloquear. Que podría competir exitosamente pero prefiere ampararseconstantemente. Que podría darle mucho de vuelta al país pero opta porseguirlo ordeñando. Que podría convertirse en el filántropo más influyentepero insiste en ser el plutócrata más insensible. John F. Kennedy decía quelas grandes crisis producen grandes hombres. Lástima que, en este momentocrítico para México, usted se empeña en demostrarnos que no aspira a ser unode ellos.
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!8 de febrero de 2009

martes, 10 de febrero de 2009

México es un país privilegiado de Denise Dresser

El día 29 de enero de 2009, en el marco del foro -México ante la Crisis, ¿Qué hacer para crecer?- que organiza la Cámara de Diputados, Denise Dresser dio el siguiente discurso:
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México es un país privilegiado.
Denise Dresser

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Tiene una ubicación geográfica extraordinaria y cuenta con grandes riquezas naturales. Está poblado por millones de personas talentosas y trabajadoras.
Pero a pesar de ello, la pregunta perenne sigue siendo: ¿por qué no crece a la velocidad que podría y debería? ¿Por qué seguimos discutiendo este tema año tras año, foro tras foro?
Aventuro algunas respuestas, y les pediría que me acompañaran en un ejercicio intelectual, recordando aquel famoso libro de Madame Calderón de la Barca llamado "La vida en México", escrito en el siglo XVII, en el cual intenta describir las principales características del país.
Si Madame Calderón de la Barca escribiera su famoso libro hoy, tendría que cambiarle el título a "Oligopolilandia". Porque desde el primer momento en el que pisara el país, se enfrentaría a los síntomas de una economía política disfuncional, con problemas que la crisis tan solo agrava.
Aterrizaría en uno de los aeropuertos más caros del mundo; se vería asediada por maleteros que controlan el servicio; tomaría un taxi de una compañía que se ha autodecretado un aumento de 30 por ciento en las tarifas, y si tuviera que cargar gasolina, lo haría sólo en Pemex.
En el hotel habría 75 por ciento de probabilidades de que consumiera una tortilla vendida por un solo distribuidor, y si se enfermara del estómago y necesitara ir a una farmacia, descubriría que las medicinas allí cuestan más que en otros lugares que ha visitado.
Si le hablara de larga distancia a su esposo para quejarse de esta situación, pagaría una de las tarifas más elevadas de la OCDE. Y si prendiera la televisión para distraerse ante el mal rato, descubriría que sólo existen dos cadenas.
Para entender la situación en la que se encuentra, tendría que recordar lo que dijo Guillermo Ortiz hace unos días: no hemos creado las condiciones para que los recursos se usen de manera eficiente; o tendría que leer el libro "Good Capitalism/Bad Capitalism", que explica por qué algunos países prosperan y otros se estancan; por qué algunos países promueven la equidad y otros no logran asegurarla.
La respuesta se encuentra en la mezcla correcta de Estado y mercado, de regulación e innovación. La clave del éxito -o el fracaso- se halla en el modelo económico: en la decisión de promover el capitalismo de Estado o el capitalismo oligárquico o el capitalismo de las grandes empresas o el capitalismo democrático.
Hoy México es un ejemplo clásico de lo que el Nobel de Economía Joseph Stiglitz denomina crony capitalism: el capitalismo de cuates, el capitalismo de cómplices, el capitalismo que no se basa en la competencia sino en su obstaculización.
Ese andamiaje de privilegios y "posiciones dominantes" y nudos sindicales en sectores cruciales -telecomunicaciones, servicios financieros, transporte, energía- que aprisiona a la economía y la vuelve ineficiente. Una mezcla de capitalismo de Estado y capitalismo oligárquico.
Hoy, México -inmerso en la crisis- está aún lejos de acceder al capitalismo dinámico donde el Estado no protege privilegios, defiende cotos, elige ganadores y permite la perpetuación de un pequeño grupo de oligarcas con el poder para vetar reformas que los perjudican.
Al capitalismo en el cual las autoridades crean condiciones para los mercados abiertos, competitivos, innovadores, que proveen mejores productos a precios más baratos para los consumidores. Para los ciudadanos.
Hoy, México carga con los resultados de esfuerzos fallidos por modernizar su economía durante los últimos 20 años.
Las reformas de los 80 y 90 entrañaron la privatización, la liberalización comercial.
Pero esas reformas no produjeron una economía de mercado dinámica debido a la ausencia de una regulación gubernamental eficaz, capaz de crear mercados funcionales, competitivos.
En vez de transparencia y reglas claras, prevaleció la discrecionalidad entre los empresarios que se beneficiaron de las privatizaciones y los funcionarios del gobierno encargados de regularlos.
Las declaraciones de Agustín Carstens el martes pasado, en torno a la necesidad de combatir los monopolios en telefonía, son bienvenidas. Lamentablemente, se dan 18 años tarde. Y allí están los resultados de reformas quizás bien intencionadas, pero mal instrumentadas: una economía que no crece lo suficiente, una élite empresarial que no compite lo suficiente, un modelo económico que concentra la riqueza y distribuye mal la que hay.
Hoy, México está atrapado por una red intrincada de privilegios y vetos empresariales y posiciones dominantes en el mercado que inhiben un terreno nivelado de juego.
Una red descrita en el famoso artículo de la economista Anne Kruege: "The Political Economy of the Rent-Seeking Society" ("La Economía Política de la Sociedad Rentista").
Una red que opera a base de favores, concesiones y protección regulatoria que el gobierno ofrece y miembros de la cúpula empresarial exigen como condición para invertir.
¿Quién? Alguien como el dueño de una distribuidora de maíz o el concesionario de una carrera privada o el comprador de un banco rescatado con el Fobaproa o el principal accionista de Telmex o el operador de una Afore.
Estos actores capturan rentas a través de la explotación o manipulación del entorno económico en lugar de generar ganancias legítimas a través de la innovación o la creación de riqueza.
Y los consumidores de México contribuyen a la fortuna de los rentistas cada vez que pagan la cuenta telefónica. La conexión a Internet. La cuota en la carretera. La tortilla con un precio fijo. La comisión de las Afores. La comisión por la tarjeta de crédito. Ejemplo tras ejemplo de rentas extraídas a través de la manipulación de mercado.
Y el rentismo acentúa la desigualdad, produce costos sociales, dilata el desarrollo, disminuye la productividad, aumenta los costos de transacción en una economía que -ante el imperativo de la competitividad- necesita disminuirlos.
Para extraer rentas, los "jugadores dominantes" han erigido altas barreras de entrada a nuevos jugadores, creando así cuellos de botella que inhiben la innovación y, por ende, el aumento de la productividad.
Estos cuellos de botella inhiben el crecimiento de México en un mundo cada vez más globalizado y competitivo, y son una razón clave detrás de la persistente desigualdad social, como lo sugiere el reporte del Banco Mundial sobre México titulado: "Más allá de la polarización social y la captura del Estado".
La concentración de la riqueza y del poder económico entre esos "jugadores dominantes" con frecuencia se traduce en ventajas injustas, captura regulatoria y políticas públicas que favorecen intereses particulares.
Peor aún, convierte a representantes del interés público -muchos de los diputados y senadores sentados aquí- en empleados de los intereses atrincherados. Convierte al gobierno en empleado de las personas más poderosas del país.
Y lleva a las siguientes preguntas: ¿Quién gobierna en México? ¿El Senado o Ricardo Salinas Pliego cuando logra controlar los vericuetos del proceso legislativo? ¿La Secretaría de Comunicaciones y Transportes o Unefon? ¿La Comisión Nacional Bancaria o los bancos que se rehúsan a cumplir con las obligaciones de transparencia que la ley les exige? ¿ La Secretaría de Educación Pública o Elba Esther Gordillo? ¿La Comisión Federal de Competencia o Carlos Slim? ¿Pemex o Carlos Romero Deschamps? ¿Ustedes o una serie de intereses que no logran contener?
Porque ante los vacíos de autoridad, la captura regulatoria y las decisiones de política pública que favorecen a una minoría, la respuesta parece obvia.
México hoy padece lo que algunos llaman "Estados dentro del Estado", o lo que otros denominan "una economía sin un gobierno capaz de regularla de manera eficaz". Eso -y no la caída de la producción petrolera- es lo que condena a México al subdesempeño crónico.
Una y otra vez, el debate sobre cómo promover el crecimiento, cómo fomentar la inversión y cómo generar el empleo se encuentra fuera de foco.
El gobierno cree que para lograr estos objetivos, basta con tenderle la mano al sector privado para que invierta bajo cualquier condición. Y el sector privado, por su parte, piensa que la panacea es que se le permita participar en el sector petrolero, por dar un ejemplo.
Pero ésa es sólo una solución parcial a un problema más profundo. El meollo detrás de la mediocridad de México se encuentra en su estructura económica y en las reglas del juego que la apuntalan.
Una estructura demasiado top heavy o pesada en la punta de la pirámide; una estructura oligopolizada donde unos cuantos se dedican a la extracción de rentas; una estructura de complicidades y colusiones que el gobierno permite y de la cual también se beneficia.
Claro, muchos de los miembros del gobierno de Felipe Calderón, y muchos de los presentes en este foro, hablarán de crecimiento como una prioridad central.
Pero más bien lo perciben como una variable residual. Más bien parecería que buscan -y duele como ciudadana reconocerlo- asegurar un grado mínimo de avance para mantener la paz social, pero sin alterar la correlación de fuerzas existente. Sin cambiar la estructura económica de una manera fundamental.
Y el problema surge cuando ese modelo comienza a generar monstruos; cuando ese apoyo gubernamental a ciertas produce monopolios, duopolios y oligopolios que ya no pueden ser controlados; cuando las "criaturas del Estado" -como las llamal Moisés Naim- amenazan con devorarlo.
Sólo así se entiende la devolución gubernamental de 550 millones de dólares a Ricardo Salinas Pliego, por intereses supuestamente mal cobrados, un día antes del fin del sexenio de Vicente Fox.
Sólo así se entiende el comunicado lamentable de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes hace un año celebrando la alianza entre Telemundo y Televisa, cuando en realidad revela una claudicación gubernamental ante la posibilidad de una tercera cadena.
Sólo así se comprende que nadie levante un dedo para sancionar a TV Azteca cuando viola la ley al rehusarse a transmitir los spots del IFE o se apropia del Cerro del Chiquihuite.
Sólo así se entiende la aprobación de la llamada "Ley Televisa" por la Cámara de Diputados y la de Senadores en 2006.
Sólo así se entiende la posposición ad infinitum en el Senado de una nueva ley de medios para promover la competencia en el sector.
Sólo así se comprende que la reforma de Pemex deje sin tocar el asunto del sindicato.
Sólo así se entiende la posibilidad de dar entrada a Carlos Slim a la televisión sin obligarlo a cumplir con las condiciones de su concesión original.
Síntomas de un gobierno ineficaz. Señales de un gobierno doblegado. Muestras de un gobierno coludido.
Con efectos cada vez más onerosos y cada vez más obvios que la crisis pone en evidencia, porque no logramos reformarnos a tiempo.
Mucha riqueza, pocos beneficiarios. Crecimiento estancado, país aletargado. Intereses atrincherados, reformas diluidas. Poca competencia, baja competitividad. Poder concentrado, democracia puesta en jaque. Un gobierno que en lugar de domesticar a las criaturas que ha concebido, ahora vive aterrorizado por ellas.
¿Cuáles son las consecuencias del mal capitalismo mexicano? Donde las élites tradicionales son fuertes, la gobernabilidad democrática es poco eficaz, los partidos políticos tienden a ser minimalistas.
En México, el incrementalismo de la política pública puede ser atribuido a élites tradicionales que usan su poder para bloquear reformas que afectan sus intereses, o asegurar iniciativas que protejan su situación privilegiada.
Si ustedes verdaderamente quieren que México crezca, tendrán que crear la capacidad de regular y reformar en nombre del interés público.
Tendrán que mandar señales inequívocas de cómo van a desactivar esos "centros de veto" que están bloqueando el crecimiento económico y la consolidación democrática: Los monopolistas abusivos, los sindicatos rapaces, las televisoras chantajistas, los empresarios privilegiados y sus aliados en el gobierno.
Si ustedes verdaderamente quieren que México prospere, tendrán que tomar decisiones que desaten el dinamismo económico, que fortalezcan la capacidad regulatoria del Estado y contribuyan a construir mercados, que promuevan la competencia y, gracias a ello, aumenten la competitividad.
En pocas palabras, usar la capacidad del Estado para contener a aquellos con más poder en el gobierno, con más peso que el electorado, con más intereses que el interés público.
¿Qué hacer? Los conmino a leer textos tan influyentes como "The Growth Report" y "The Power of Productivity".
A estar conscientes de lo que todo país interesado en crecer y competir debe hacer para lograrlo.
A saber que ello requiere una economía capaz de producir bienes y servicio de tal manera que los trabajadores puedan ganar más y más.
A entender que ello se basa en la expansión ráída del conocimiento y la innovación; en nuevas formas de hacer las cosas y mejorarlas; en técnicas que aumentan la productividad de manera constante.
A reconocer que las economías dinámicas suelen ser aquellas capaces de promover la competencia y reducir las barreras de entrada a nuevos jugadores en el mercado.
A entender que esa tarea del gobierno -a través de la regulación adecuada- crear un entorno en el cual las empresas se vean presionadas por sus competidores para innovar y reducir precios, y pasar esos beneficios a los consumidores.
A comprender que si eso no ocurre, nadie tiene incentivos para innovar. En lugar de ser motores de crecimiento, las empresas protegidas y/o monopólicas terminan estrangulándolo.
En pocas palabras, la competitividad -factor indispensable para atraer la inversión y con ella remontar la crisis, como sugería Sanguinetti- Está vinculada a la competencia.
El crecimiento económico está ligado a la competencia. La innovación y, por ende, el dinamismo y la creación de empleos se desprenden de la competencia.
La inversión que se canaliza hacia nuevos mercados y nuevas oportunidades es producto de la competencia. No es una condición suficiente pero sí es una condición necesaria. No bastará por sí misma para desatar el crecimiento, pero sin ella jamás ocurrirá, por más dinero público que se inyecte a la economía mediante políticas contracíclicas.
Y, ¿cómo empezar a empujar eso? Con una tercera cadena de televisión; con el fomento de la competencia en banda ancha a través de la red de la Comisión Federal de Electricidad; con el fortalecimiento de los órganos regulatorios, con la sanción a quienes violen los términos de su concesión; con la reacción de mercados funcionales, como ya se logró con las aerolíneas de bajo costo; con medidas que se empiecen a desmantelar cuellos de botella y a domesticar a esas "criaturas del Estado".
Tiene que ver con la inauguración de un nuevo tipo de relación entre el Estado, el mercado y la sociedad.
Porque si la clase política de este país no logra construir los cimientos del capitalismo democrático, condenará a México al subdesempeño crónico. Lo condenará a seguir siendo un terreno fértil para los movimientos populares contra las instituciones; un país que cojea permanentemente debido a las instituciones políticas que no logra remodelar; los monopolios públicos y privados que no logra desmantelar; las estructuras corporativas que no logra democratizar.
Será lo que Felipe Calderón llama "un país de ganadores" donde siempre ganan los mismos.
Un lugar donde muchas de las grandes fortunas empresariales se construyen a partir de la protección política, y no de la innovación empresarial.
Un lugar donde el crecimiento de los últimos años ha sido menor que en el resto de América Latina debido a los cuellos de botella que los oligopolios han diseñado, y que sus amigos en el gobierno les ayudan a defender.
Un lugar donde las penurias que Madame Calderón de la Barca enfrentó con los aeropuertos, los maleteros, los taxis, las gasolineras, la telefonía y la televisión son las mismas que padecen millones de mexicanos más.
Ese consumidor sin voz, sin alternativa, sin protección. Ese hombre invisible. Esa mujer sin rostro.
Esa persona que paga -mes tras mes- tarifas telefónicas más altas que en casi cualquier parte del mundo.
Esa compañía que paga -mes con mes- servicios de telecomunicaciones que elevan sus gastos de operación y reducen sus ganancias.
Miles de personas con comisiones por servicios financieros que no logran entender, con cobros inusitados que nadie puede explicar, parados en la cola de los bancos. Allí varados. Allí desprotegidos. Allí sin opciones. Allí afuera.
Víctimas de un sistema económico disfuncional, institucuionalizado por una clase política que aplaude la aprobación de reformas que no atacan el corazón del problema.
Presidentes, secretarios de Estado, diputados, senadores y empresarios que celebran el consenso para no cambiar.
Aunque se agradece que este foro finalmente acepte la magnitud de la crisis, si de aquí no surgen medidas concretas para mirar más allá de la coyuntura, revelará nuevamente nuestra incapacidad para encarar honestamente los problemas que México viene arrastrando desde hace décadas.
Revelará la propensión de los sentados aquí a proponer reformas aisladas, a anunciar medidas cortoplacistas, a eludir las distorsiones del sistema económico, a instrumentar políticas públicas a pedacitos, para llegar a acuerdos que sólo perpetúan el statu quo.
Mientras tanto, la realidad acecha a golpes de 327 mil despedidos, crecimiento negativo, el lugar 60 de 134 en el índice Global de Competitividad y una nación que dice reformarse mientras evita hacerlo.
México no crece por la forma en la cual se usa y se ejerce y se comparte el poder. Ni más ni menos.
Por las reglas discrecionales y politizadas que rigen a la república mafiosa, a la economía "de cuates".
Por la supervivencia de las estructuras corporativas que el gobierno creó y sigue financiando.
Por un modelo económico que canaliza las rentas del petróleo a demasiadas clientelas.
Por un sistema político que funciona muy bien para sus partidos pero muy mal para sus ciudadanos. Un sistema de "extracción sin representación".
Creando así un país poblado por personas obligadas a diluir la esperanza; a encoger las expectativas; a cruzar la frontera al paso de 400 mil personas al año en busca de la movilidad social que no encuentran aquí; a vivir con la palma extendida esperando la próxima dádiva del próximo político; a marchar en las calles porque piensan que nadie en el gobierno los escucha; a desconfiar de las instituciones; a presenciar la muerte común de los sueños porque México no avanza a la velocidad que podría y debería.

Cortinilla de Denise Dresser

Denise Dresser / Cortinilla
Reforma (09-Feb-2009)
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Estimado televidente. Interrumpimos su programación favorita para hacer el siguiente anuncio: nosotros, Televisa y Televisión Azteca, queremos hacer explícita nuestra posición en la correlación de fuerzas políticas y económicas del país.
Que quede claro: estamos por encima de las instituciones representativas, de las autoridades electorales, del Congreso, del IFE, de la Secretaría de Gobernación, de la Constitución, del Presidente mismo. Aunque ustedes no votaron por Emilio Azcárraga o Ricardo Salinas Pliego, ellos mandan.
Aunque lamentamos interrumpir el Súper Tazón y el partido de futbol soccer, se ha vuelto imperativo hacerlo. Es importante que el país lo entienda; estamos dispuestos a poner en jaque a la democracia con el objetivo de proteger nuestros intereses. Y usaremos todos los instrumentos disponibles a nuestro alcance, incluyendo el chantaje, la presión y la tergiversación desde el púlpito más importante del país que es la pantalla de televisión.
Es cierto que llegamos a un acuerdo con el IFE hace un año, en el cual quedó establecido que no sería necesario interrumpir la programación de eventos deportivos y culturales para transmitir los "spots" de los partidos. Es cierto que los tiempos oficiales designados para ellos son sólo de un par de minutos por hora. Es cierto que el IFE no nos obliga a transmitirlos de manera continua, como lo hicimos. Es cierto que hemos diseminado el argumento de la "saturación" de forma tramposa, sabiendo que en realidad se trata de anuncios que se transmitirán a lo largo del país y durante cinco meses. Pero ¿qué importa el Cofipe? ¿Qué importa el consenso al cual llegaron todas las fuerzas políticas del país en torno a la reforma electoral? Si desde hace años hemos estado por encima de la ley o la hemos doblado a conveniencia y sin sanción.
A nosotros -Televisa y TV Azteca- no nos importa respetar las reglas ni cumplir con las obligaciones marcadas por la Constitución. Exigiremos el apego estricto a la legalidad cuando de otros se trate, pero en nuestro caso, defendemos el derecho a la excepcionalidad. Vaya, ni que fuéremos una concesión pública. Ni que tuviéramos que ajustarnos a las normas. Contamos con el privilegio de mandar. Y lo utilizaremos cada vez que queramos, para clamar, tal y como AMLO lo hizo: "al diablo con sus instituciones".
Porque esas instituciones tomaron la decisión de cortar el cordón umbilical que habíamos logrado tender entre los partidos y la televisión. Nos arrebataron la seguridad de recibir millones de pesos durante cada temporada electoral, a través de la venta -a precios discrecionales, por cierto- de "spots" a los partidos y a sus candidatos. Nos quitaron el gran instrumento de chantaje que teníamos sobre la clase política, como el que usamos contra Felipe Calderón en la elección del 2006, cuando le dijimos que si su partido no votaba en favor de la "Ley Televisa", iba a desaparecer de la pantalla y jamás lograría remontar los 8 puntos de distancia que lo separaban de Andrés Manuel López Obrador entonces. Esa reforma electoral que nos hemos dedicado a desacreditar dificulta la posibilidad de sacar leyes a modo, aunque lo seguiremos intentando. Total, la elección intermedia vuelve vulnerables, otra vez, a todos aquellos que buscaron acotarnos. Gracias a ello podremos asegurar que no habrá una ley de medios en lo que resta del sexenio.
Es tan fácil desacreditar a nuestros adversarios dada la magnitud de los errores que cometen y lo pusilánimes que son. Allí está el Partido Verde, gastando millones de pesos en camisetas. Allí está el IFE, tan torpe y timorato, refiriéndose a lo que hicimos como una simple "conducta atípica". Allí están los consejeros, cuya credibilidad nos hemos dedicado a minar, aún debatiendo qué van a hacer para aplicar las normas abigarradas que los partidos crearon. Afortunadamente la nueva legislación es tan compleja y contiene tantas lagunas que sin duda va a entrampar a la autoridad electoral aún más. El IFE ni siquiera ha podido asumir una postura en torno a los infomerciales que le hemos vendido a Marcelo Ebrard y a Enrique Peña Nieto, en clara violación a la reforma electoral. Lo único que la autoridad ha logrado hacer ante nuestro desafío más reciente es publicar un desplegado que nadie leyó y rogar que asistamos a una "audiencia".
Mientras tanto, y de manera sincronizada, seguiremos alimentando la polarización política y la animadversión ciudadana. Continuaremos promoviendo las campañas de desinformación que hemos desencadenado en contra de la reforma electoral, y encontraremos a un buen grupo de intelectuales dispuestos a ayudarnos en esta tarea. Seguiremos escalando la confrontación entre los ciudadanos y las normas constitucionales. Continuaremos fomentando el cuestionamiento a las instituciones y a los partidos, porque nuestra apuesta es llegar a un buen acuerdo personal con el político que impulsaremos a Los Pinos en el 2012. Seguiremos mandando el mensaje a todos los mexicanos de que no es necesario obedecer la ley. Continuaremos enrareciendo el ambiente, con el afán de perseguir nuestros intereses aunque sea a costa de la estabilidad del país. Y nos criticarán en algunos periódicos y en algunos programas de radio, pero aprovecharemos la asimetría informática que hay en nuestro favor. Es la única forma de hacerles entender a todos esos senadores, a todos esos diputados, a todos esos reguladores, a todos esos ministros de la Suprema Corte, a todos esos insubordinados, que el país es nuestro. La pantalla es nuestra. La política es nuestra.
El costo para Televisa y TV Azteca es menor: ya pudimos borrar a un senador y la multa sólo fue de algunos miles de pesos o algo así; ya pudimos tomar el Cerro del Chiquihuite y devorar al Canal 40 sin problema. Como no se ha reformado la Ley de Radio y Televisión por el miedo que nos tienen, el gobierno actualmente no cuenta con instrumentos para sancionarnos de verdad. Seguiremos haciendo lo que nos da la gana, como tantos otros poderes fácticos en este país. Si alguien intenta criticarnos, diremos que es una "venganza" de la clase política y quién sabe por qué se ha dado; repetiremos que todos los problemas del país provienen de la partidocracia y que -en realidad- es mejor ser gobernados por nosotros aunque nadie nos haya elegido en las urnas. Y bueno, pues ya estamos pactando con Enrique Peña Nieto y con Manlio Fabio Beltrones para preservar nuestros privilegios. Ojalá y cuando el PRI regrese al poder se acaben estos esfuerzos molestos por contener el poder que hemos acumulado.
Gracias por su atención, estimados televidentes, y volvamos al Súper Tazón.