Carta al rector de la UNAM *
Sara Sefchovich
11 de enero de 2009
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Vivimos en tiempos en que se reconocen, aceptan y respetan la pluralidad y la diversidad. Las mejores voces de la UNAM, incluida la suya, se han expresado también en este sentido.
Y sin embargo, necesitamos hacer que esto sea real y no solamente discurso.
Porque en la Universidad hoy no es cierto que se pueda ser diverso, no es cierto que se pueda actuar de un modo diferente al que deciden las autoridades, no es cierto que se pueda decir lo que se piensa, no es cierto que se respeten las formas múltiples que hay de trabajar, investigar, enseñar, participar institucionalmente. La Universidad tiene demasiadas autoridades a quienes horroriza la diferencia y que están convencidas de que todos debemos caber en clasificaciones, estadísticas y modos de funcionar que a ellas les parecen correctas.
El ejemplo más patente sucede en el campo de la investigación en ciencias sociales y humanas. Si bien es cierto que todavía se reconoce y acepta la diversidad de temas, enfoques y perspectivas teóricas y metodológicas, no se reconoce y mucho menos se acepta la diversidad de formas de llevarla a cabo y de presentar sus resultados.
Hoy se desvaloriza a un académico que quiere trabajar individualmente y que no pertenece a redes y grupos; que no consigue fondos de fuera; que no publica en cierto tipo de revistas y editoriales considerados de “excelencia”, entendida ésta con criterios que son los de las ciencias duras; que no se divide en mil pedazos para ir y venir de una comisión a un comité, de una conferencia a un congreso, del salón de clases a otra reunión; que no hace docencia a la manera tradicional o dirige varias tesis.
Y la manera de mostrarle esto es castigándolo en las promociones, apoyos y estímulos, que se consiguen a través de un complicado proceso de evaluación que, aunque pretende ser transparente y neutral, en realidad sólo está construido para eliminar la diversidad disfrazado de (y cómodamente escondido como) decisión de pares.
Con el pretexto de la planificación y de conseguir recursos, las autoridades universitarias caminan cada vez más por la senda de la homogeneización y unificación, y (ayudados por el Conacyt) han construido las herramientas para castigar a quienes no se cuadren.
Si viviera José Gaos, no habría escrito la reseña que terminó siendo una lección de filosofía, porque en los esquemas de hoy no da puntos leer y hacer una nota. Carlos Monsiváis no tendría PRIDE porque no hace citas ni da clases en una facultad. Octavio Paz no habría podido hablar de literatura y de pintura porque el director de su instituto le exigiría definirse y no habrían tenido lugar las polémicas de nuestra literatura, historiografía y arte porque nadie quiere enfrentarse con alguien que pueda formar parte de una comisión evaluadora.
Señor rector: es necesario detener este proceso. No es posible que en aras de informes de logros, de cuantitativismos a la moda y de criterios supuestamente científicos que no son sino malas copias de las universidades estadounidenses y de los valores de esa cultura, se haga todo porque desaparezcan la creatividad, la originalidad y la diversidad, el debate y la disidencia. Hace poco Magali Tercero escribió que un profesor universitario no quiso darle una entrevista para criticar al MUAC por temor a sufrir las consecuencias.
Es necesario hacer explícito que en la universidad tiene cabida y será valorado el trabajo que realizan los académicos, con libertad y diversidad en la manera de concebirlo y llevarlo a cabo; que somos una comunidad que estimula el pensamiento y no la eficiencia; que hay confianza en los académicos y no que se les tenga permanentemente sometidos a presiones, informes, evaluaciones y castigos; que no existen los criterios únicos ni “no hay más rutas que la nuestra” y que la crítica no sólo cabe sino que se considera necesaria e imprescindible. Pero luego hay que convertir ese discurso en realidad.
Porque ese es el espíritu con el que se fundó y ha funcionado nuestra universidad. Ella se merece que lo rescatemos ya que nos ha dado a los mejores pensadores y creadores del país.
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11 de enero de 2009
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Vivimos en tiempos en que se reconocen, aceptan y respetan la pluralidad y la diversidad. Las mejores voces de la UNAM, incluida la suya, se han expresado también en este sentido.
Y sin embargo, necesitamos hacer que esto sea real y no solamente discurso.
Porque en la Universidad hoy no es cierto que se pueda ser diverso, no es cierto que se pueda actuar de un modo diferente al que deciden las autoridades, no es cierto que se pueda decir lo que se piensa, no es cierto que se respeten las formas múltiples que hay de trabajar, investigar, enseñar, participar institucionalmente. La Universidad tiene demasiadas autoridades a quienes horroriza la diferencia y que están convencidas de que todos debemos caber en clasificaciones, estadísticas y modos de funcionar que a ellas les parecen correctas.
El ejemplo más patente sucede en el campo de la investigación en ciencias sociales y humanas. Si bien es cierto que todavía se reconoce y acepta la diversidad de temas, enfoques y perspectivas teóricas y metodológicas, no se reconoce y mucho menos se acepta la diversidad de formas de llevarla a cabo y de presentar sus resultados.
Hoy se desvaloriza a un académico que quiere trabajar individualmente y que no pertenece a redes y grupos; que no consigue fondos de fuera; que no publica en cierto tipo de revistas y editoriales considerados de “excelencia”, entendida ésta con criterios que son los de las ciencias duras; que no se divide en mil pedazos para ir y venir de una comisión a un comité, de una conferencia a un congreso, del salón de clases a otra reunión; que no hace docencia a la manera tradicional o dirige varias tesis.
Y la manera de mostrarle esto es castigándolo en las promociones, apoyos y estímulos, que se consiguen a través de un complicado proceso de evaluación que, aunque pretende ser transparente y neutral, en realidad sólo está construido para eliminar la diversidad disfrazado de (y cómodamente escondido como) decisión de pares.
Con el pretexto de la planificación y de conseguir recursos, las autoridades universitarias caminan cada vez más por la senda de la homogeneización y unificación, y (ayudados por el Conacyt) han construido las herramientas para castigar a quienes no se cuadren.
Si viviera José Gaos, no habría escrito la reseña que terminó siendo una lección de filosofía, porque en los esquemas de hoy no da puntos leer y hacer una nota. Carlos Monsiváis no tendría PRIDE porque no hace citas ni da clases en una facultad. Octavio Paz no habría podido hablar de literatura y de pintura porque el director de su instituto le exigiría definirse y no habrían tenido lugar las polémicas de nuestra literatura, historiografía y arte porque nadie quiere enfrentarse con alguien que pueda formar parte de una comisión evaluadora.
Señor rector: es necesario detener este proceso. No es posible que en aras de informes de logros, de cuantitativismos a la moda y de criterios supuestamente científicos que no son sino malas copias de las universidades estadounidenses y de los valores de esa cultura, se haga todo porque desaparezcan la creatividad, la originalidad y la diversidad, el debate y la disidencia. Hace poco Magali Tercero escribió que un profesor universitario no quiso darle una entrevista para criticar al MUAC por temor a sufrir las consecuencias.
Es necesario hacer explícito que en la universidad tiene cabida y será valorado el trabajo que realizan los académicos, con libertad y diversidad en la manera de concebirlo y llevarlo a cabo; que somos una comunidad que estimula el pensamiento y no la eficiencia; que hay confianza en los académicos y no que se les tenga permanentemente sometidos a presiones, informes, evaluaciones y castigos; que no existen los criterios únicos ni “no hay más rutas que la nuestra” y que la crítica no sólo cabe sino que se considera necesaria e imprescindible. Pero luego hay que convertir ese discurso en realidad.
Porque ese es el espíritu con el que se fundó y ha funcionado nuestra universidad. Ella se merece que lo rescatemos ya que nos ha dado a los mejores pensadores y creadores del país.
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Segunda carta al rector
Sara Sefchovich
Segunda carta al rector
Sara Sefchovich
18 de enero de 2009
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Lo que escribí la semana pasada en este espacio no son ideas abstractas, sino realidades que día a día vivimos los universitarios. Algunos lo comentan en los pasillos, otros lo han hecho público en sus centros de trabajo o a través de los medios de comunicación.
Guillermo Sheridan relató su caso en una revista: se le degradó en el Pride por no dirigir tesis ni tener participación institucional. En tres artículos pone en evidencia una situación grave: la de que vivimos en un sistema en el cual con tal de conseguir puntos, a los académicos les resulta mejor ser complacientes tanto con los estudiantes como con las autoridades.
En correos electrónicos, colegas coinciden en que existen “prácticas de homogeneización que estamos viviendo en las universidades públicas”, “la pretensión de las autoridades de controlarlo todo”, “la promesa de la zanahoria del Programa de Estímulos al Desempeño con base en puntitis”, “la propensión a llenar informes y medir la productividad”, “que los académicos estén más interesados en las constancias que en enseñarle a los chamacos”, “muchos ISOS y certificaciones pero pocas nueces”, “eficientismo simulador”, “se limitan y traban el desarrollo de la libre práctica científica y la pluralidad teórica y metodológica de muchos investigadores”.
Sabemos bien que la universidad no está sola en este camino. Allí está el Conacyt, que sustituyó el modelo europeo con el que funcionábamos en México por el estadounidense en el que importan la eficiencia, la utilidad y la ganancia y que no le asigna ningún valor al pensamiento y a aquello que no parece servir de manera inmediata.
Todos los instrumentos que se han creado dentro y fuera de la UNAM apuntan a lo mismo: asignar puntos a quienes cumplen con ciertos criterios, hacer listas de programas de posgrado y de revistas que sí valen, formar grupos de “pares” para calificar, los que, aunque pretenden ser transparentes y neutrales, están construidos para eliminar la diversidad, porque quienes participan en ellos son solamente los que aceptan estos criterios y porque no están libres de las pasiones humanas como el amiguismo, la envidia, la ignorancia y el recelo frente a otros modos de pensar.
Así lo denunció en una revista Carlos Aguirre Rojas, a quien degradaron en el SNI porque según la comisión calificadora, “no había publicado en revistas de calidad internacional y arbitraje estricto ni en editoriales de prestigio académico”, siendo que en cinco años había publicado 44 artículos y 38 libros en 12 países y siete idiomas. Y así lo han denunciado otros que, después de décadas de entregar sus mejores esfuerzos a la institución, tienen que seguir mendigando por una promoción, un nivel un poco más alto en algún sistema de evaluación, un espacio para dar un curso. No sólo su salario depende de eso, sino que viven con la amenaza constante del rechazo a su trabajo.
Todo esto ha generado una grave situación que se pone de manifiesto en muchos aspectos: desde lo que una lectora llama “el fin de los más elementales principios de solidaridad”, hasta el daño a la ciencia, pues hoy es preferible irse por caminos seguros para no poner en riesgo la propia evaluación, nadie quiere arriesgarse ni al error ni al enojo de los “pares”, hay que caminar de prisa para acumular puntos y hacer solamente aquello que sí cuenta, lo que resulta en que los académicos no leen, porque eso significaría usar demasiado tiempo que no reditúa, y mejor hacen otro artículo con los mismos datos y con las mismas bases teóricas y metodologías que ya conocen, porque reciclarse, replantearse, abrirse a nuevos campos no conviene.
Y está también el fin de la crítica, por aquello de que quién se va a poner a hacerla cuando el aludido puede estar en una comisión evaluadora.
La Rectoría puede poner fin a este ambiente que prevalece hoy en la universidad y la UNAM puede y debe dar esta pelea para afuera. Le corresponde hacerlo pues es la institución más importante del país en investigación, docencia y difusión. De no hacerlo, la estaremos minando desde dentro, al debilitar la creatividad, la diversidad, la crítica y la confianza en quienes formamos parte de ella.
Lo que escribí la semana pasada en este espacio no son ideas abstractas, sino realidades que día a día vivimos los universitarios. Algunos lo comentan en los pasillos, otros lo han hecho público en sus centros de trabajo o a través de los medios de comunicación.
Guillermo Sheridan relató su caso en una revista: se le degradó en el Pride por no dirigir tesis ni tener participación institucional. En tres artículos pone en evidencia una situación grave: la de que vivimos en un sistema en el cual con tal de conseguir puntos, a los académicos les resulta mejor ser complacientes tanto con los estudiantes como con las autoridades.
En correos electrónicos, colegas coinciden en que existen “prácticas de homogeneización que estamos viviendo en las universidades públicas”, “la pretensión de las autoridades de controlarlo todo”, “la promesa de la zanahoria del Programa de Estímulos al Desempeño con base en puntitis”, “la propensión a llenar informes y medir la productividad”, “que los académicos estén más interesados en las constancias que en enseñarle a los chamacos”, “muchos ISOS y certificaciones pero pocas nueces”, “eficientismo simulador”, “se limitan y traban el desarrollo de la libre práctica científica y la pluralidad teórica y metodológica de muchos investigadores”.
Sabemos bien que la universidad no está sola en este camino. Allí está el Conacyt, que sustituyó el modelo europeo con el que funcionábamos en México por el estadounidense en el que importan la eficiencia, la utilidad y la ganancia y que no le asigna ningún valor al pensamiento y a aquello que no parece servir de manera inmediata.
Todos los instrumentos que se han creado dentro y fuera de la UNAM apuntan a lo mismo: asignar puntos a quienes cumplen con ciertos criterios, hacer listas de programas de posgrado y de revistas que sí valen, formar grupos de “pares” para calificar, los que, aunque pretenden ser transparentes y neutrales, están construidos para eliminar la diversidad, porque quienes participan en ellos son solamente los que aceptan estos criterios y porque no están libres de las pasiones humanas como el amiguismo, la envidia, la ignorancia y el recelo frente a otros modos de pensar.
Así lo denunció en una revista Carlos Aguirre Rojas, a quien degradaron en el SNI porque según la comisión calificadora, “no había publicado en revistas de calidad internacional y arbitraje estricto ni en editoriales de prestigio académico”, siendo que en cinco años había publicado 44 artículos y 38 libros en 12 países y siete idiomas. Y así lo han denunciado otros que, después de décadas de entregar sus mejores esfuerzos a la institución, tienen que seguir mendigando por una promoción, un nivel un poco más alto en algún sistema de evaluación, un espacio para dar un curso. No sólo su salario depende de eso, sino que viven con la amenaza constante del rechazo a su trabajo.
Todo esto ha generado una grave situación que se pone de manifiesto en muchos aspectos: desde lo que una lectora llama “el fin de los más elementales principios de solidaridad”, hasta el daño a la ciencia, pues hoy es preferible irse por caminos seguros para no poner en riesgo la propia evaluación, nadie quiere arriesgarse ni al error ni al enojo de los “pares”, hay que caminar de prisa para acumular puntos y hacer solamente aquello que sí cuenta, lo que resulta en que los académicos no leen, porque eso significaría usar demasiado tiempo que no reditúa, y mejor hacen otro artículo con los mismos datos y con las mismas bases teóricas y metodologías que ya conocen, porque reciclarse, replantearse, abrirse a nuevos campos no conviene.
Y está también el fin de la crítica, por aquello de que quién se va a poner a hacerla cuando el aludido puede estar en una comisión evaluadora.
La Rectoría puede poner fin a este ambiente que prevalece hoy en la universidad y la UNAM puede y debe dar esta pelea para afuera. Le corresponde hacerlo pues es la institución más importante del país en investigación, docencia y difusión. De no hacerlo, la estaremos minando desde dentro, al debilitar la creatividad, la diversidad, la crítica y la confianza en quienes formamos parte de ella.
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sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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Sendas cartas fueron publicadas en el periódico nacional EL UNIVERSAL en la sección opinión que puede ser consultada en su versión electrónica en la siguiente dirección:
http://www.prensaescrita.com/diarios.php?codigo=MEX&pagina=http://www.eluniversal.com.mx
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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